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La sombra fuera del Espacio
H.P. Lovecraft y August Derleth
Si hay algo que nos salva en este mundo... es la incapacidad de la mente humana para correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una isla de ignorancia en medio de los mares negros del infinito, y no estamos hechos para viajar lejos...

I
Si es cierto que el hombre vive siempre al borde de un abismo, entonces casi todos los hombres deben experimentar momentos de algo que llamaríamos nivel precognoscitivo, cuando las vastas e imperceptibles profundidades que existen siempre bordeando el pequeño mundo del hombre se convierten por un momento en tangibles, cuando el terrible pozo de conocimientos sin frontera, que incluso las mentes más brillantes sólo han vislumbrado, BlackBlackasume una apariencia borrosa capaz de llenar de terror el corazón más duro. ¿Conoce algun ser viviente los verdaderos origenes de la humanidad? ¿O el lugar que al hombre corresponde en el universo? ¿Sabe si el hombre está destinado al ignominio final de un gusano?
Halloween Online Hay terrores que caminan por los pasillos de los sueños cada noche, que embrujan el mundo de los sueños, terrores que pueden relacionarse con los aspectos más mundanos de la vida cotidiana. Cada vez estoy más convencido de la existencia de un mundo fuera de éste en que estamos, lindante con él pero quizá completamente alucinatorio. Sin embargo, no ha sido siempre así. No fue así hasta que conocí a Amos Piper. Mi nombre es Nathaniel Corey. He practicado el psicoanálisis durante más de cincuenta años. Soy autor de un libro y de varias monografías publicadas en periódicos dedicados a ese tipo de conocimientos. Participé durante muchos años en Boston, después de haber estudiado en Viena, y hace diez años, en el semirretiro, me trasladé a la ciudad de Arkham, en el mismo Estado. Me había ganado, con mi trabajo, una reputación seria e íntegra, que me temo ponga en duda este relato. Aunque espero que ofrezca una conclusión bien distinta. Es un firme presentimiento el que me lleva por fin a dejar testimonio de lo que ha sido quizá el problema más interesante y provocativo con que me he encontrado en todos estos años de práctica. No acostumbro a hacer observaciones públicas acerca de mis pacientes, pero me veo obligado a ello dadas las circunstancias peculiares que se dieron en el caso Amos Piper: a través de ellas se plantean ciertos puntos que, a la luz de otros, sin relación aparente, podrían adquirir más relieve de lo que en un principio presumí. Hay poderes de la mente que permanecen en las tinieblas, y quizá también poderes de las tinieblas que van más allá de la mente: no me refiero a brujas, fantasmas o duendes, ni cualquier otra invención creada por civilizaciones primitivas, sino a poderes infinitamente más vastos y terribles que cualquier concepto humano. El nombre Amos Piper no será desconocido para mucha gente, especialmente para aquellos que recuerden la publicación de investigaciones antropológicas que llevan su nombre, hará cosa de diez años, más o menos. Le conocí por primera vez cuando su hermana, Abigail, le trajo a mi consulta un día de 1933. Era un hombre alto, que parecía haber sido grueso: sobre su cuerpo huesudo colgaban las ropas como si hubiese perdido mucho peso en un tiempo relativamente corto. Este parecía ser el problema: al primer vistazo, Piper necesitaba más la ayuda de un médico que de un psicoanalista, pero su hermana explicó que había acudido a los mejotres especialistas y todos le habían indicado que su problema era escencialmente mental y se escapaba a sus facultades terapéuticas. A la señorita Piper le había sido recomendado por varios colegas, y también algunos compañeros de Piper en la facultad de la Universidad de Miskatonic, habían insistido en esa recomendación emanada del consejo médico que le había atendido. La suma de estas razones fue la que les condujo a pedirme una cita. La señorita Piper me adelantó el problema de su hermano, mientras él descansaba en una habitación contigua a la consulta. Expuso el fondo del problema con admirable concisión... Piper parecía ser víctima de terribles alucinaciones, visiones que se apoderaban de él cada vez que cerraba los ojos o bajaba los párpados, mientras estaba despierto, y en sueños, mientras dormía. No dormía, sin embargo, desde hacía tres semanas. En ese tiempo había perdido tanto peso que a ambos les alarmaba su estado. Como preámbulo, la señorita Piper señaló que su hermano había sufrido un colapso nervioso tres años antes en un teatro; este colapso había durado tanto que hasta este último mes Piper no había vuelto a ser la misma persona. Su más reciente obsesión -si de una obsesión se trataba- se había manifestado una semana después de volver a su estado normal; según la señorita Piper, podía haber alguna relación lógica entre el estado en que se encontraba después del colapso y estas nuevas obsesiones, tras una corta etapa de normalidad. Las drogas habían demostrado su eficacia para inducirle a dormir, pero aun así no habían eliminado los sueños, que al parecer eran de una naturaleza espantosa, tanto que el doctor Piper era reacio a hablar de ellos. La señorita Piper contestaba con franqueza a las preguntas que yo le hacía, pero revelaba falta de conocimiento acerca de la verdadera situación de su hermano. Me aseguró que en ningún momento había dado muestras de espíritu agresivo, pero que andaba distraído con frecuencia y establecía entre él y el mundo en que vivía una clara línea de separación, como si viviese encerrado en un caparazón que le aislase de este mundo. La señorita Piper se marchó, y yo me puse a examinar a mi paciente. Le vi sentado junto a mi escritorio con los ojos muy abiertos a costa de un gran esfuerzo pues el globo del ojo estaba inyectado en sangre, y el iris parecía estar nublado. Se le notaba agotado, y empezó a excusarse en seguida por estar allí, explicando que su hermana había insistido y tomado la determinación sin permitirle otra opción que ceder. Lo había hecho para complacer a su hermana, ya que él era conciente de que su caso no tenía remedio. Le dije que la señorita Abigail había hablado a grandes rasgos de su problema, e intenté calmarle los ánimos. Le hablé en un tono consolador y en términos generales. Piper escuchó con paciencia y respeto. Aparentemente cedía ante mi modo natural, reconfortante, con que pretendía siempre inspirar confianza, y cuando por fin le pregunté por qué no cerraba los ojos, me contestó sin titubear, y con sincerdidad, que tenía miedo a hacerlo. -¿Por qué? ¿Puede decir por qué? Recuerdo su respuesta: -En cuanto cierro los ojos aparecen en mi retina extrañas figras geométricas y diseños, junto con tenues luces y formas de los más siniestras, parecidas a unas enormes criaturas inimaginables por un hombre; y lo más terrible de ellas es que son criaturas inteligentes e inconmesurablemente desconocidas. Le pedí que intentase describir a estos seres. Tropezaba con dificultades para hacrelo. Sus descripciones eran vagas, pero asombraba lo que sugerían. Ninguno de estos seres parecía estar claramente formado, excepto algunos conos rugosos, que tanto podían ser de origen vegetal como animal. Hablaba con una convicción rotunda, y me describía con esfuerzo aquellas sorprendentes criaturas con las que soñaba tan intensamente. Me chocó la intensidad de su imaginación. ¿Quizá existía un nexo entre esas visiones y la larga enfermedad que había sufrido? Parecía poco dispuesto a hablar de esto, pero al cabo de un rato lo hizo, algo inseguro, en un lenguaje inconexo. Era a mí a quien correpondía unir las piezas de los acontecimientos que relataba. La historia comenzó cuando tenía cuarenta y nueve años. Fue entonces cuando sobrevino su enfermedad. Estaba asistiendo a una representación de La carta de Mugham, cuando, a mitad del segundo acto, se desmayó. Le llevaron a la oficina del empresario y se esforzaron por reanimarle. Fue inútil y al fin le trasladaron a su casa en una ambulancia de la policía. De nuevo los médicos estuvieron un buen rato intentando reanimarle. Fracasaron en su intento y Piper fue hospitalizado. Estuvo en estado de coma durante tres días, transcurridos los cuales recobró el conocimiento. Se observó de inmediato que ya no era "el mismo". Su personalidad había sufrido un profundo desequilibrio. Se creyó al principio que había sido víctima de un ataque de algún tipo, pero al no apreciarse síntomas que lo corroboraran, esta tesis hubo de ser abandonada. Tan profundo era el achaque que incluso algunas elementales actividades del ser humano las realizaba él con extrema dificultad. Por ejemplo, en seguida se apreció que tenía dificultad para coger objetos; sin embargo, físicamente no tenía ningún defecto y sus articulaciones funcionaban normalemente. Sus intentos de agarrar algún objeto hacían pensar en la maniobra ejecutada por una criatura sin dedos; o sea, que apartaba los dedos y el pulgar como si formaran una pinza rígida, en un movimiento que hacía pensar más en las garras de un animal que en el movimiento de una mano humana. No era éste el único aspecto sorprendente de su "recuperación". Tuvo que aprender a caminar otra vez, pues parecía avanzar como si careciera de capacidad motriz. Le fue también extraordinariamente difícil aprender a hablar: sus primeros intentos los hizo con las manos, como si fuesen garras que intentasen coger objetos; al mismo tiempo emitía curiosos sonidos, como silbidos, cuya falta de significado le irritaba. Pero su inteligencia no parecía haber sufrido ningún daño, pues en menos de una semana dominaba todos los actos vulgares que componen la vida cotidiana de un hombre. Pero si bien su inteligencia no se había visto afectada, se había borrado todo cuanto componía el pasado de su propia vida. No había reconocido a su hermana, ni a ninguno de sus compañeros de Facultad y miembros del cuerpo docente de la Universidad de Miskatonic. Decía no saber nada de Arkham, Massachusetts, y poca cosa de los Estados Unidos. Fue necesario enseñarle todo esto otra vez. Necesitó poco tiempo -menos de un mes- para asimilar cuanto se le puso delante. Redescubrió el conocimiento humano en un tiempo sorprendentemente corto, y demostró una memoria excepcional, pues asimiló con exactitud todo lo que se le dijo y todo lo que leyó. Con el cambio -una vez completado el adoctrinamiento- se puso de manifiesto durante su enfermedad que la parte de su cerebro que alojaba la memoria era infinitamente más valiosa que antes. Fue después de hacer todos estos ajustes a su nueva situación cuando Piper comenzó a actuar de una forma que él mismo denomina "inexplicable". Obtuvo una excedencia por tiempo indefinido de la Universidad de Miskatonic, y comenzó a viajar extensamente. Pero no le quedaba ningún recuerdo directo o personal de estos viajes cuando me visitó en la consulta, o de ningún momento tras su "recuperación", durante la enfermedad que había sufrido durante tres años. No había nada en su relato de estos viajes que se pareciese a un recuerdo, y tampoco era capaz de decir lo que había hecho durante los mismos: esto era algo extraordinario, si se pensaba en la fabulosa memoria que demostró durante su enfermedad. Le habían dicho cuando se "recuperó" que había ido a extraños y lejanos lugares del mundo -el Desierto Arábigo, las extensiones de Mongolia, el Círculo Ártico, las Islas de Polinesia, las Marquesas y el entiguo país Inca del Perú. No recordaba en absoluto lo que había hecho allí, ni tampoco había nada en su equipaje que probase sus recorridos, excepto uno o dos curiosos trozos de piedra cubiertos de lo que podría ser escritura jeroglífica antigua, adecuados para formar parte de la colección de un turista. Cuando no estaba ocupado en estos viajes extraños, pasaba su tiempo leyendo, con inconcebible rapidez, en las grandes bibliotecas del mundo. Su recorrido le había llevado desde la biblioteca de la Universidad de Miskatonic en Arkham -muy conocida por sus manuscritos y libros prohibidos, acumulados a lo largo de siglos, a partir de los tiempos coloniales-, hasta El Cairo. Pero la mayor parte del tiempo lo había pasado en el Museo Británico de Londres y en la Biblioteca Nacional de París. Había consultado innumerables bibliotecas privadas, cuando se lo permitían sus dueños. De todas formas, los datos que había comprobado durante su breve semana de "normalidad" -usando de todos los medios disponibles: cables, telegrama, radio, a causa de la urgencia, decía- demostraban que había leído, devorado, mejor dicho, ciertos libros muy antiguos que antes de caer enfermo desconocía por completo o que conocía únicamente a través de las más vagas referencias. Estos libros, relacionados con remotas sabidurías, eran Los Manuscritos Pnakóticos, el Necronomicon del árabe loco Abdul Al-Hazred, los Unaussprechlichen Kulten de von Juntz, los Cultes de Goules del conde d'Erlette, De Vermis Mysteriis de Ludvig Prinn, el Texto de R'lyeh, los Siete Libros Crípticos de Hsan, los Cánticos de Dhol, el Liber Ivoris, los Fragmentos de Celaeno y muchos otros similares, algunos de los cuales existían sólo en forma fragmentaria, esparcidos por toda la superficie de la tierra. Por supuesto, había también otros de historia, pero de acuerdo a las fichas de retirada, las lecturas de Piper habían comenzado siempre con libros de leyendas o que trataban de cuestiones sobrenaturales. A partir de ahí seguía sus estudios de historia y atropología, en progresión directa, como si Piper asumiese que la historia de la humanidad había empezado, no en los tiempo antiguos, sino en un mundo increíblemente viejo, que ya existía antes de que el hombre midiese el tiempo según lo conocen los historiadores, y del que se habla en algunos temibles libros de ciencias ocultas. También se sabía que había tenido contactos con otras personas a las que no conocía previamente, pero que al encontrarse, en el lugar que fuese, parecían tenerlo todo preparado; personas unidas por los mismo propósitos, relacionadas con investigaciones macabras, o miembros del cuerpo profesional de alguna Universidad o escuela. Siempre existían puntos comunes entre ellos, según dedujo Piper en sus averiguaciones telefónicas intercontinentales, tras haber encontrado entre sus papeles, cuando volvió a la normalidad, algunos mensajes. Todos y cada uno había sufrido un idéntico o muy similar estado de postración al que había pasado Piper a partir de la noche del teatro. Aunque esta forma de actuar no tenía nada que ver con la vida de Piper antes de su enfermedad, una vez adoptada se mantuvo bastante consistente durante todo el tiempo que estuvo enfermo. Los extraños e inexplicables viajes que había hecho poco después de haberse acostumbrado de nuevo, tras su "recuperación", a vivir entre sus colegar y familiares, habían continuado durante los tres años en que no había sido "el mismo". Dos meses en Ponapé, un mes en Angkor-Vat, tres meses en las tierras antárticas, una conferencia con un colega experimentado en París, y cortos períodos en Arkham entre un viaje y otro. Este era el patrón de su vida; de esta forma pasó los tres años anteriores a su completo restablecimiento. Este período había sido seguido por otro de profundo desequilibrio, que no permitía a Amos Piper consenrvar la memoria de lo que había hecho en esos tres años, y le esclavizaba el terror de no cerrar los ojos, para no ver aquello que surgía en su mente subconsciente algo espantoso y aterrador, ligado estrechamente a sus sueños.

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