Tu cuerpo se postra como capullo en primavera,
al sentir el calor de mis manos se abren,
dándome el néctar de tu manantial que derrama
vida.
Tus senos prendidos como cerezas, que al estrujarlos
se vuelven como el vino que embriaga y satisface;
lo que me guía ha navegar las ondas de tu cuerpo,
explorando cada tejido de tu piel que genera pasión,
sin culpar el ayer, el presente, ni el mañana,
caigo a tus pies para prenderme de tus columnas,
escalándolas hasta llegar a lo mas ricóndito de tu ser;
permitiendo saciar mi sed de amante.
Busco tus hombros que reflejan misticismo,
apoyándome, así no naufragar,
ya que tus pétalos fluyen aguas mágicas,
mis labios las secan, pero es un laberinto,
me agoto, pero puedo respirar libremente.
Tu figura y mi figura desaparecen
porque el escultor permite que nos unamos.
Se escuchan cantos que nos empujan a
continuar nuestro viaje en lo inevitable;
cuán grande es la utopía que lo furtivo
se convierte obvio: enajenado a tu señoría,
endeble a volverse un rito.
Elfego
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