Como hiedra trepadora
ascendiendo por las columnas
recias de tus muslos,
beberé en tu fuente
buscando al arquitecto magnánimo
que te hizo a su semejanza
y bendigo los recónditos cachimanes
donde protejo el cáliz
en el que viertes
torrentes de vida.
Moldeada en argamasa y barro,
perecedera construcción
que mezcla hierros y rocas
buscando la perpetuidad.
Déjame cobijar
entre tus muros
el fuego que sustraje a los tiempos.
Esquivas, mis ansias
hoy reposan en el altar que erigiste,
mármol y cristal,
materia estremeciéndose,
eterna y frágil,
en la que enraízo mis brazos.
Cimienta con granitos y basaltos
la fortaleza nueva donde guardas,
inmaculado el cofre de las ilusiones;
que la protervia no sea
capaz de atravesar el recinto amurallado.
Solo la grieta desde donde surjo,
abierta en suplicante lujuria.