Hundido en la penumbra,
mordiendo mi dolor,
con voces de ultratumba,
"te llamo, mi Señor".
Mis pasos vacilantes
dirijo hasta tu templo;
entre mil procesiones
de santos y lamentos:
(personajes sin nombre)…
"te busco, mi Señor".
¿En dónde estás ahora
mi Dios Crucificado?
De rodillas te imploro
y no te puedo hallar:
A oscuras en la ermita
doliente y olvidado,
estás mi Dios, mi Cristo…
¡tan solo como yo!
Finalmente te encuentro;
mis quejas han brotado
cual manantiales sordos
de pena y sinsabor;
y tú, Jesús querido,
Redentor desdeñado,
me has dado tu consuelo,
me regalas tu amor.
¿Por qué inventamos dioses,
(seres con pies de barro)
y a Cristo lo dejamos
perdido en un rincón?
A solas en la ermita,
doliente y olvidado
estás, mi Dios, mi Cristo,
¡tan solo como yo!
(A Afredo Gutiérrez y Falcón,
poeta mexicano)
Cuando el silencio grita en la garganta,
la soledad se estrecha en vuelo breve,
el verbo es un dolor sordo y aleve
y en cruel rumor callado se agiganta.
Si hoy tu palabra es viento que levanta
polvo de indiferencia y no conmueve,
ni germina con fuerza que renueve
mientras la hipocresía se decanta;
tu tesoro rebelde guarda intacto
y tu voz, cual bandera enarbolada,
lanza ferviente en el instante exacto
para emprender la lucha encarnizada
contra el sistema añoso y putrefacto
que la unidad desdeña y crea la nada.
Si en un soneto yo cantar pudiera
del Universo las excelsitudes,
ensalzaría todas las virtudes
que el Arquitecto_Luz nos concediera.
Pero el mundo sólo es falaz quimera;
el hombre siembra en todas latitudes
la guerra, el hambre, las vicisitudes
y ha convertido el orbe en gran hoguera.
¿De qué sirve engañar a los sentidos?
¡La humanidad se pudre, se destierra
de principios y leyes, los latidos
del corazón se apagan, pues se aterra
añorando febril los tiempos idos
que jamás volverán a nuestra Tierra!